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El monje que vendió su Ferarri: Una fábula espiritual
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El monje que vendió su Ferarri: Una fábula espiritual Paperback - 2010

by Robin S. Sharma


From the publisher

Robin Sharma es el director de Sharma Leadership International, una firma global de asesoría y formación. Considerado uno de los gurús más importante del mundo Sharma es un prestigioso conferenciante y asesor. Es además el autor de diez libros, incluyendo cinco bestsellers número 1, que han sido publicados en más de cuarenta países.

Details

  • Title El monje que vendió su Ferarri: Una fábula espiritual
  • Author Robin S. Sharma
  • Binding Paperback
  • Edition Tra
  • Pages 209
  • Language SP
  • Publisher Knopf Doubleday Publishing Group
  • Date 2010-04-20
  • ISBN 9780307475398

Excerpt

UNO

El despertar



Se derrumbo en mitad de una atestada sala de tribunal. Era uno de los mas sobresalientes abogados procesales de este pais. Era tambien un hombre tan conocido por los trajes italianos de tres mil dolares que vestian su bien alimentado cuerpo como por su extraordinaria carrera de exitos profesionales. Yo me quede alli de pie, conmocionado por lo que acababa de ver. El gran Julian Mantle se retorcia como un nino indefenso postrado en el suelo, temblando, tiritando y sudando como un maniaco.

A partir de ahi todo empezo a moverse como a camara lenta. Dios mio-grito su ayudante, brindandonos con su emocion un cegador vislumbre de lo obvio-, Julian esta en apuros! La jueza, presa del panico, musito alguna cosa en el telefono privado que habia hecho instalar por si surgia alguna emergencia. En cuanto a mi, me quede alli parado sin saber que hacer. No te me mueras ahora, hombre, rogue. Es demasiado pronto para que te retires. Tu no mereces morir de esta forma.

El alguacil, que antes habia dado la impresion de estar embalsamado de pie, dio un brinco y empezo a practicar al heroe caido la respiracion asistida. A su lado estaba la ayudante del abogado (sus largos rizos rozaban la cara amoratada de Julian), ofreciendole suaves palabras de animo, palabras que el sin duda no podia oir.

Yo habia conocido a Julian Mantle hacia diecisiete anos, cuando uno de sus socios me contrato como interino durante el verano siendo yo estudiante de derecho. Por aquel entonces Julian lo tenia todo. Era un brillante, apuesto y temible aboga-do con delirios de grandeza. Julian era la joven estrella del bufete, el gran hechicero. Todavia recuerdo una noche que estuve trabajando en la oficina y al pasar frente a su regio despacho divise la cita que tenia enmarcada sobre su escritorio de roble macizo. La frase pertenecia a Winston Churchill y evidenciaba que clase de hombre era Julian: Estoy convencido de que en este dia somos duenos de nuestro destino, que la tarea que se nos ha impuesto no es superior a nuestras fuerzas; que sus acometidas no estan por encima de lo que soy capaz de soportar. Mientras tengamos fe en nuestra causa y una indeclinable voluntad de vencer, la victoria estara a nuestro alcance.

Julian, fiel a su lema, era un hombre duro, dinamico y siempre dispuesto a trabajar dieciocho horas diarias para alcanzar el exito que, estaba convencido, era su destino. Oi decir que su abuelo fue un destacado senador y su padre un reputado juez federal. Asi pues, venia de buena familia y grandes eran las expectativas que soportaban sus espaldas vestidas de Armani. Pero he de admitir una cosa: Julian corria su propia carrera. Estaba resuelto a hacer las cosas a su modo . . . y le encantaba lucirse.

El extravagante histrionismo de Julian en los tribunales solia ser noticia de primera pagina. Los ricos y los famosos se arrimaban a el siempre que necesitaban los servicios de un soberbio estratega con un deje de agresividad. Sus actividades extracurriculares tambien eran conocidas: las visitas nocturnas a los mejores restaurantes de la ciudad con despampanantes topmodels, las escaramuzas etilicas con la bulliciosa banda de brokers que el llamaba su equipo de demolicion, tomaron aires de leyenda entre sus colegas.

Todavia no entiendo por que me eligio a mi como ayudante para aquel sensacional caso de asesinato que el iba a defender durante ese verano. Aunque me habia licenciado en la facultad de derecho de Harvard, su alma mater, yo no era ni de lejos el mejor interino del bufete y en mi arbol genealogico no habia el menor rastro de sangre azul. Mi padre se paso la vida como guardia de seguridad en una sucursal bancaria tras una temporada en los marines. Mi madre crecio anonimamente en el Bronx.

El caso es que me prefirio a mi antes que a los que habian cabildeado calladamente para tener el privilegio de ser su factotum legal en lo que se acabo llamando el no va mas de los procesos por asesinato. Julian dijo que le gustaba mi avidez. Ganamos el caso, por supuesto, y el ejecutivo que habia sido acusado de matar brutalmente a su mujer estaba ahora en libertad (dentro de lo que le permitia su desordenada conciencia, claro esta).

Aquel verano recibi una suculenta educacion. Fue mucho mas que una clase sobre como plantear una duda razonable alli donde no la habia; eso podia hacerlo cualquier abogado que se preciara de tal. Fue mas bien una leccion sobre la psicologia del triunfo y una rara oportunidad de ver a un maestro en accion. Yo me empape de todo como una esponja.

Por invitacion de Julian, me quede en el bufete en calidad de asociado y pronto iniciamos una amistad duradera. Admito que no era facil trabajar con el. Ser su ayudante solia convertirse en un ejercicio de frustracion, lo que comportaba mas de una pelea a gritos a altas horas de la noche. O lo hacias a su modo o te quedabas en la calle. Julian no podia equivocarse nunca. Sin embargo, bajo aquella irritable envoltura habia una persona que se preocupaba de verdad por los demas.

Aunque estuviera muy ocupado, el siempre preguntaba por Jenny, la mujer a quien sigo Ilamando mi prometida pese a que nos casamos antes de que yo empezara a estudiar leyes. Al saber por otro interino que yo estaba pasando apuros economicos, Julian se ocupo de que me concedieran una generosa beca de estudios. Es verdad que le gustaba ser implacable con sus colegas, pero jamas dejo de lado a un amigo. El verdadero problema era que Julian estaba obsesionado con su trabajo.

Durante los primeros anos justificaba su dilatado horario afirmando que lo hacia por el bien del bufete y que tenia previsto tomarse un mes de descanso el proximo invierno para irse a las islas Caiman. Pero el tiempo pasaba y, a medida que se extendia su fama de abogado brillante, su cuota de trabajo no dejaba de aumentar. Los casos eran cada vez mayores y mejores, y Julian, que era de los que nunca se amilanan, continuo forzando la maquina. En sus escasos momentos de tranquilidad, reconocia que no era capaz de dormir mas de dos horas seguidas sin despertar sintiendose culpable de no estar trabajando en un caso. Pronto me di cuenta de que a Julian le consumia la ambicion: necesitaba mas prestigio, mas gloria, mas dinero.

Sus exitos, como era de esperar, fueron en aumento. Consiguio todo cuanto la mayoria de la gente puede desear: una reputacion profesional de campanillas con ingresos millonarios, una mansion espectacular en el barrio preferido de los famosos, un avion privado, una casa de vacaciones en una isla tropical y su mas preciada posesion: un reluciente Ferrari rojo aparcado en su camino particular.

Pero yo sabia que las cosas no eran tan idilicas como parecia desde fuera. Si me percate de las senales de una caida inminente fue, no porque mi percepcion fuera mayor que la del resto del bufete, sino simplemente porque yo era quien pasaba mas horas con el. Siempre estabamos juntos porque siempre estabamos trabajando, y a un ritmo que no parecia menguar. Siempre habia otro caso espectacular en perspectiva. Para Julian los preparativos nunca eran suficientes. Que pasaria si el juez hacia tal o cual pregunta, no lo quisiera Dios? Que pasaria si nuestra investigacion no era del todo perfecta? Y si le sorprendian en mitad de la vista como al ciervo cegado por el resplandor de unos faros? Al final, yo mismo me vi metido hasta el cuello en su mundo de trabajo. Eramos dos esclavos del reloj, metidos en la sexagesimocuarta planta de un monolito de acero y cristal mientras la gente cuerda estaba en casa con sus familias, pensarido que teniamos al mundo agarrado por la cola, cegados por una ilusoria version del exito.

Cuanto mas tiempo pasaba con Julian, mas me daba cuenta de que se estaba hundiendo progresivamente. Parecia tener un deseo de muerte. Nada le satisfacia. Al final su matrimonio fracaso, ya no hablaba con su padre y, aunque lo tenia todo, aun no habia encontrado lo que estaba buscando. Y eso se le notaba emocional, fisica y espiritualmente.

A sus cincuenta y tres anos, Julian tenia aspecto de septuagenario. Su rostro era un mar de arrugas, un tributo nada glorioso a su implacable enfoque existencial en general y al tremendo estres de su vida privada. Las cenas a altas horas de la noche en restaurantes franceses, fumando gruesos habanos y bebiendo un cognac tras otro, le habian dejado mas que obeso. Se quejaba constantemente de que estaba enfermo y cansado de estar enfermo y cansado. Habia perdido el sentido del humor y ya no parecia reirse nunca. Su caracter antano entusiasta se habia vuelto mortalmente taciturno. Creo que su vida habia perdido el rumbo.

Lo mas triste, quiza, fue que Julian habia perdido tambien su pericia profesional. Asi como antes asombraba a todos los presentes con sus elocuentes y hermeticos alegatos, ahora se demoraba horas hablando, divagando sobre oscuros casos que poco o nada tenian que ver con el que se estaba viendo. Asi como antes reaccionaba graciosamente a las objeciones del adversario, ahora derrochaba un sarcasmo mordaz que ponia a prueba la paciencia de unos jueces que antes le consideraban un genio del derecho penal. En otras palabras, la chispa de Julian habia empezado a fallar.

No era solo su frenetico ritmo vital lo que le hacia candidato a una muerte prematura. La cosa iba mas alla, parecia un asunto de cariz espiritual. Apenas pasaba un dia sin que Julian me dijese que ya no se apasionaba por su trabajo, que se sentia rodeado de vacuidad. Decia que de joven habia disfrutado con su trabajo, pese a que se habia visto abocado a ello por los intereses de su familia. Las complejidades de la ley y sus retos intelectuales le habian mantenido lleno de vigor. La capacidad de la justicia para influir en los cambios sociales le habia motivado e inspirado. En aquel entonces, el era mas que un simple chico rico de Connecticut. Se veia a si mismo como un instrumento de la reforma social, que podia utilizar su talento para ayudar a los demas. Esa vision dio sentido a su vida, le daba un objetivo y estimulaba sus esperanzas.

En la caida de Julian habia algo mas que una conexion oxidada con su modus vivendi. Antes de que yo empezara a trabajar en el bufete, el habia sufrido una gran tragedia. Algo realmente monstruoso le habia sucedido, segun decia uno de sus socios, pero no consegui que nadie me lo contara. Incluso el viejo Harding, celebre por su locuacidad, que pasaba mas tiempo en el bar del Ritz-Carlton que en su amplio despacho, dijo que habia jurado guardar el secreto. Fuera este cual fuese, yo tenia la sospecha de que, en cierto modo, estaba contribuyendo al declive de Julian. Sentia curiosidad, por supuesto, pero sobre todo queria ayudarle. Julian no solo era mi mentor, sino mi amigo.

Y entonces ocurrio: el ataque cardiaco devolvio a la tierra al divino Julian Mantle y lo asocio de nuevo a su calidad de mortal. Justo en medio de la sala numero siete, un lunes por la manana, la misma sala de tribunal donde el habia ganado el no va mas de los procesos por asesinato.



DOS

El visitante misterioso



Era una reunion urgente de todos los miembros del despacho. Mientras nos apretujabamos en la sala de juntas, comprendi que el problema era grave. El viejo Harding fue el primero en dirigirse a la asamblea.

-Me temo que tengo muy malas noticias. Julian Mantle sufrio un ataque ayer mientras presentaba el caso Air Atlantic ante el tribunal. Ahora se encuentra en la unidad de cuidados intensivos, pero los medicos me han dicho que su estado se ha estabilizado y que se recuperara. Sin embargo, Julian ha tomado una decision que todos ustedes deben saber. Ha decidido abandonar el bufete y renunciar al ejercicio de su profesion. Ya no volvera a trabajar con nosotros.

Me quede de una pieza. Sabia que Julian tenia sus problemas, pero jamas pense que pudiera dejarlo. Ademas, y despues de todo lo que habiamos pasado, pense que hubiera debido tener la cortesia de decirmelo en persona. Ni siquiera dejo que fuera a verle al hospital. Cada vez que yo me presentaba alli, lasenfermerasme decian que estaba durmiendo y que no se le podia molestar. Tampoco acepto mis llamadas. Posiblemente yo le recordaba la vida que el deseaba olvidar. En fin. Una cosa si tengo clara: aquello me dolio.

Todo eso sucedio hace unos tres anos. Lo ultimo que supe de Julian fue que se habia ido a la India en no se que expedicion. Le dijo a uno de los socios del bufete que deseaba simplificar su vida y que necesitaba respuestas que confiaba encontrar en ese mistico pais.

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"Una cautivadora historia que enseña y deleita al mismo tiempo." — Paolo Coelho

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Robin Sharma es el director de Sharma Leadership International, una firma global de asesora y formacin. Considerado uno de los gurs ms importante del mundo Sharma es un prestigioso conferenciante y asesor. Es adems el autor de diez libros, incluyendo cinco bestsellers nmero 1, que han sido publicados en ms de cuarenta pases.
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